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¿Cómo recuperar la civilidad y la democracia?
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¿Cómo recuperar la civilidad y la democracia?

  • - 2025-10-28

Me sentí obligada a hacer esta pregunta hoy por varias razones, la más importante es que tengo como interlocutor al brillante filósofo político Michael Sandel. Es autor de libros muy importantes, como Democracy’s Discontent; The Tyranny of Merit: Can We Find the Common Good; Justice: What’s the Right Thing to Do?, y acaba de ganar por su obra el Premio Berggruen de filosofía y cultura, dotado con un millón de dólares, y no hay nadie mejor con quien hablar sobre cómo dar reinicio a nuestra política tóxica actual.Un indicador de lo mal que han ido las cosas es el hecho de que algunos políticos de izquierda ahora sienten que deben responder al odio de la derecha con más odio. Me impactó la representante estatal de Texas, Jolanda Jones, que en noviembre va a postularse para un escaño demócrata en la Cámara de Representantes de EU, quien recién declaró a la publicación digital Axios: “No soy de las que dicen ‘si ellos vienen con bajezas, nosotros optamos por la nobleza’. No soy ese tipo de chica. Si ellos vienen con bajezas, yo me voy por lo más bajo”. Al tener en cuenta en qué se han convertido los republicanos con Trump, muchos pueden decirle a Jones: “¡Bien hecho!”. El discurso de Michelle Obama sobre “optar por la nobleza” al parecer no funcionó en las últimas elecciones, e incluso los políticos de izquierda que no se van por las bajezas encuentran que la ironía, la politiquería de los memes y el humor al estilo de los programas nocturnos de televisión funcionan mejor para captar la atención de los votantes que el discurso serio habitual. Pienso en cómo personas como el gobernador de California, Gavin Newsom, y el candidato a la alcaldía de Nueva York, Zohran Mamdani, han usado la sátira para exponer sus argumentos.Me encanta el enfoque humorístico, y creo que es bastante efectivo, pero sí refleja el hecho de que se ha vuelto casi imposible enviar un mensaje serio o sincero en la era de la politiquería en redes sociales. ¿Recuerdan cuando la campaña de Biden promovía “salvar la democracia” como el gran tema en la contienda presidencial de 2024? No hubo un repunte. Donald Trump domina las redes sociales con su habilidad para tomar una pizca de verdad —por ejemplo, que existen trastiendas en Washington donde se toman las grandes decisiones y tú no formas parte de ellas, o que el sistema de comercio global no funciona para mí— y rodearla de un mar de mentiras. Sí, los sistemas de comercio global están amañados, pero no contra EU; están configurados para apoyar los intereses de las grandes empresas, no de los trabajadores (un punto que mencionaste, Michael, en tu libro). Y sí, existen trastiendas donde personas importantes que rara vez salen de Washington y que obtienen la mayor parte de su apoyo financiero de grandes empresas toman decisiones que tienen sentido para ellos, pero no para el votante promedio.Uno de los grandes problemas de nuestra era es que incluso ahora, cuando Trump ataca a las élites empresariales y políticas gobernantes, golpeándolas una por una, estas se niegan a unirse y responder de forma efectiva, hablando con una sola voz. Considero esto un problema de la tragedia de los comunes. Todo director ejecutivo se cree inteligente como para “manejar” al presidente y “ganar” este nuevo juego tóxico, utilizando al gobierno federal como arma contra los que no le agradan. Es más, tienen demasiado en juego, en forma de riqueza y patrimonio de activos, como para ir contra el sistema. La creación de riqueza de las últimas décadas ha sido tan profunda que la situación tendrá que empeorar muchísimo para que las élites se unieran y lucharan contra la autocracia. Y nadie puede luchar solo contra lo que está sucediendo.Michael, mi pregunta es esta: ¿cómo podemos salvar nuestro patrimonio político sin otra Gran Depresión o algún acontecimiento terrible del que Trump no pueda salir con palabras? ¿Dónde está la fruta al alcance de la mano? Espero que puedas ofrecer a nuestros lectores no solo grandes ideas, sino también algunos consejos prácticos.Lecturas recomendadas-Matthew Yglesias señala en Slow Boring que las redes sociales ya no son sociales; son solo medios de comunicación, y en su mayoría perjudiciales.-Me intrigó la nueva opinión de Ruchir Sharma sobre la conexión entre el oro y los precios de las acciones en Financial Times.-Y me encanta ver a mi colega Isabel Berwick siendo sincera en Financial Times, al describir lo absurda que puede ser la cultura laboral y cómo combatirla con sinceridad y humor.Michael Sandel respondeRana, agradezco tu introducción a este diálogo y por plantear la cuestión central que enfrenta la política estadunidense en la actualidad: cómo salir de nuestra situación polarizada y rencorosa y recuperar la democracia. Tengo algunas ideas, aunque no estoy seguro de que sean fáciles de entender. Los filósofos políticos suelen buscar las raíces y las ramas. Recuperar la democracia del peligro que tiene actualmente requiere reimaginar los términos del discurso público.Tienes razón, Rana, el lema de la campaña de Biden para 2024, “salvar la democracia”, no tuvo eco. Pero eso se debe a que la mayoría de los estadunidenses no cree que hayamos tenido una democracia efectiva durante algún tiempo: 85 por ciento cree que a los funcionarios electos no les importa lo que piensen. Si la gente siente que el sistema está amañado, que su voz no importa, las quejas sobre los abusos de poder de Trump parecerán abstractas, irrelevantes.Trump es un maestro en captar la atención. Tiene un instinto para una política de indignación que distrae y atrapa a sus oponentes. Para recuperar la civilidad y la democracia, los demócratas deben centrarse menos en Trump y más en abordar las quejas legítimas que el mandatario ha sabido explotar.El descontento tiene tres orígenes: sensación de impotencia, polarización tóxica y pérdida de comunidad y pertenencia. Por décadas, la brecha entre ganadores y perdedores se profundizó, algo que contamina nuestra política y nos distancia. Esto se debe en parte a la creciente desigualdad de ingresos y riqueza durante la era de la globalización neoliberal, un acontecimiento que describiste con gran intensidad, Rana, en tu trabajo sobre la financiarización de la economía.Para colmo, la desigualdad económica llegó acompañada de una profundización de las desigualdades en materia de dignidad y respeto, de reconocimiento y estima social. Mucha gente de la clase trabajadora, en especial los que no tienen un título universitario, sienten que las élites acreditadas los menosprecian y no respetan su trabajo. Los demócratas deben reconocer su complicidad en las políticas y la retórica que valoraron a los profesionales con educación superior y alejaron a los votantes de la clase trabajadora.Durante décadas, los demócratas y republicanos tradicionales respondieron a la creciente desigualdad, el estancamiento salarial, la deslocalización de empleos a países con bajos salarios y el vaciamiento de las comunidades industriales ofreciendo a los trabajadores un consejo alentador: si quieres competir y triunfar en la economía global, ve a la universidad. Lo que ganes dependerá de lo que aprendas. Puedes lograrlo si lo intentas.Estos políticos pasaron por alto el insulto implícito en su consejo: si tienes dificultades en la nueva economía y no tienes un título universitario, tu fracaso debe ser tu culpa. No es de extrañar que muchos trabajadores se volvieran contra las élites con alta educación. El Partido Demócrata, alguna vez del pueblo, ahora está más en sintonía con los intereses, valores y perspectivas de los profesionales con formación universitaria que con los votantes de la clase trabajadora que antaño constituían su base. Los que pasamos nuestros días en compañía de personas con títulos académicos podemos olvidar que la mayoría de nuestros conciudadanos no tiene un título universitario de cuatro años; 62 por ciento de los estadunidenses no lo tiene. Es absurdo crear una economía que haga que el trabajo digno y una vida digna dependan de un título que la mayoría de la gente no posee.Para recuperar al electorado de clase trabajadora, los demócratas deben poner la dignidad del trabajo en el centro del debate político y darle una expresión concreta. Por ejemplo, si creemos en la dignidad del trabajo, ¿por qué se gravan los ingresos laborales con una tasa más alta que los dividendos y ganancias de capital? ¿El salario mínimo federal por hora no debe ser superior a 7.25 dólares? ¿Qué tal si se les da a los empleados puestos en los consejos de administración de las empresas? ¿Y qué hay del impacto de la inteligencia artificial en el trabajo? ¿El rumbo de la innovación tecnológica solo debe decidirlo los inversionistas de capital de riesgo y los directores de Silicon Valley, o nosotros, como ciudadanos democráticos, debemos debatir los propósitos que la IA debe promover? ¿La automatización es el mejor uso de la inteligencia artificial, o debe desarrollarse de manera que mejore la productividad y los salarios de los trabajadores con baja y mediana cualificación?Más allá de la dignidad del trabajo, los demócratas necesitan articular una política de pertenencia comunitaria y nacional. En las últimas décadas, liberales y progresistas han desconfiado del patriotismo, asociándolo con la xenofobia, la intolerancia y los sentimientos antiinmigrantes. Pero es un error que los liberales cedan el patriotismo a la derecha. Es una aspiración moral y cívica demasiado potente.La política progresista necesita una ética de solidaridad y comunidad. Es difícil defender el bienestar sin cultivar la sensación de que todos estamos juntos en esto, participantes de una vida en común, unidos por obligaciones mutuas.En resumen, Rana, recuperar la democracia requiere un discurso público moralmente más sólido que el discurso vacío y mordaz al que nos hemos acostumbrado. La buena noticia es que las personas anhelan algo mejor. Quieren razonar y debatir sobre grandes cuestiones que importan. ¿Qué contribuye a una sociedad justa? ¿Cómo debemos afrontar la desigualdad? ¿Podemos orientar la tecnología para que sirva a fines humanos? ¿Qué nos debemos unos a otros como conciudadanos?Estas preguntas tocan algunos de los temas más profundos de la filosofía política. Pero en tiempos difíciles, ser ciudadano es, al menos en parte, ser filósofo.


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